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lunes, 4 de abril de 2011

Nuestra propia voz: Segundo viaje a la Comunidad Painefilú

por Anabel Pascual


Llegamos de noche y la espesa oscuridad no permitía ver de qué se trataba “Mamá Margarita”, lugar ideado y construido como pupilo que buscaba educar a los más chicos en educación formal y católica. Al momento de la cena y en una suerte de recibida, nos contaron la historia e intenciones de las monjas del lugar y como había sido la lucha para recuperarlo; “entramos a las tres de la mañana y no nos fuimos más” era la frase que más se repetía en la conversación. Ya de día se pudo observar la gran infraestructura del lugar y la importancia de la recuperación de la misma por parte de la comunidad mapuche.

El domingo seis de marzo desde temprano comenzaron a llegar desde las cercanías los asistentes de los talleres de comunicación y formador de formadores, esa mañana se presentaron lineamientos generales de lo que se iba a trabajar y se programó con ellos las actividades y tiempos a respetar en los días siguientes.
Se paraba al medio día y almorzábamos todos juntos, la sobre mesa se extendía y costaba juntar al grupo para comenzar a trabajar nuevamente. Pero una vez con todos se repartían las actividades para aprovechar al máximo el tiempo.

Su necesidad de capacitarse y de ser los idearios de los productos comunicacionales llevó a reordenar el taller pautado, se decidió sobre la marcha dejarlos a ellos pensar el programa de radio y el documental que querían, con contenidos, conductores, entrevistadores y roles en general. Mientras unos pensaban preguntas para él  Lonco y se posicionaban como equipo de producción,  otros aprendían a usar la cámara filmadora para realizar la próxima entrevista. Un poco más allá el equipo de radio armaba la estética del programa y grabada testimonios importantes.

Si bien la jornada laboral terminaba cerca del horario de la cena no había momentos en los que no se estuviera intercambiando: ellos nos contaban costumbres y cuestiones referidas a su cultura y nosotros cuando podíamos, propio de la disciplina que compartimos –la comunicación- los aconsejábamos en cómo encarar determinadas cuestiones o mensajes que les inquietaban. Y fue en esta convivencia donde se afianzaron los lazos y pudimos así conocerlos mejor, dejando lugar a discutir deferencias y a aprender juntos el uno del otro.



   

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